Las nueve.
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Estoy
sentada frente a la mesa. Las manecillas rojas se detienen sobre la hora exacta.
El tic tac del segundero llena la cocina, se mete por entre las cacerolas, dando vueltas sobre los focos prendidos de la sala,
sube hasta el cuarto de Andrea, recorre los pies de su cama y escurridizo, se
cuela entre nuestro edredón y las sábanas. Se detiene. Todo se detiene. Es
entonces cuando escucho el vibrador del teléfono que se encuentra sobre la mesa.
Tu nombre aparece con esa foto de Facebook de hace tantos años. Siempre me ha
gustado esa foto, ¿nunca te lo he dicho? Recorro con el pulgar la pantalla y
arrastro hacia la derecha. Me acerco el auricular a los oídos.
- “¿Bueno? “
Escucho
mi voz sin ánimos, cansada, pesada, densa. Tu voz retumba en mis oídos como lo
ha estado haciendo en los últimos meses. La llamada a las nueve de la noche.
Repites lo que sé que dirás; la junta, la oficina, el jefe, la entrega de final
de mes, la ineptitud de Antonio, tu deber, tu obligación, tu cansancio, tus
ganas de vernos.
- “¿Y Andrea? Pásamela, quiero decirle
buenas noches, ¿ya cenó?, ¿ya se puso la pijama?, ¿ya se va a dormir?”
Respondo
cualquier cosa a tus preguntas que me
saben huecas e inútiles. Subo las escaleras observando la punta de mis zapatos
de tacón. Le paso el teléfono a Andrea. Se despide de ti con ese tono tan lindo
que tiene cuando ya se acerca la hora de meterse a la cama. Te manda un beso de
buenas noches. Siento mis ojos
humedecerse al tiempo que me doy la media vuelta con el teléfono en la mano.
Camino hacia la cocina, evito ver el reflejo de las ventanas de la sala. Tú me
llenas de preguntas que ya no quiero responder. Quiero que cuelgues. Quiero
volver al silencio, al tic tac del reloj de manecillas rojas.
- “Haz lo que quieras”
Puedo
casi observar tu rostro molesto, contraído por el enojo. Aquí viene tu
acusación de mi falta de comprensión. Casi gritas que todo lo estás haciendo
por nosotros, “¿por qué no ves todo mi esfuerzo?” Vuelves a preguntar cómo lo
has estado haciendo en lo últimos meses. Pasas mucho tiempo en la oficina. Demasiado.
No te lo digo. No te he dicho tantas cosas.
- “Como sea. Te dejo algo de cenar en el
refri. Cuando llegues no se te olvide apagar la luz de las escaleras.”
Cuelgas sin despedirte. Se vuelve a escuchar
de nuevo el tic tac del segundero y la vocecita de Andrea hablando con sus
muñecos de peluche. A ellos les da el beso de buenas noches. Observo los platos
sobre la mesa; la vajilla blanca, las copas de vino vacías, las dos únicas
velas que adornan mi triste y fallida cena romántica.
- “¡Andrea vete lavando los dientes, ahí voy!”
Autora: Lic.
María Alejandra Hidalgo Tenorio